La novela en palabras de la editorial que la publica VTP es "una receta" que se se sirve "al lector en esta trama de tono disparatado es una mentira. Una ciudad entera, una población norteña y detenida en el tiempo, es cómplice de su gestación. Sus protagonistas van amasándola cuidadosamente con su ambición, sus miedos, sus envidias.
Una vieja y misteriosa historia sobre un tesoro desaparecido, propiedad de Nicolás de Castellanos, un idolatrado político y pensador local de la época de la Ilustración, pone en marcha los desvaríos y miserias de los protagonistas."
Eduardo Lagar, ha respondido amablemente a nuestras preguntas.
¿Qué tesoro quisiera que los lectores encontraran en su primera novela?
Sobre todo, el tesoro del humor, que siempre ayuda a ver las cosas de una manera más lúcida. Nunca hay que tomárselo todo muy en serio, pierdes la distancia y la realidad acaba devorándote. Te conviertes en un creyente, se te nubla la vista. Acabas siendo un talibán de ti mismo. Yo sólo pretendo que el lector se divierta, que no es poco. Una novela es un viaje, una aventura, es otra vida que te permite aligerar y enriquecer la tuya propia. No es un sermón. Los sermones provocan narcolepsia y entonces los músculos se aflojan, el libro se te cae de las manos y, si estás leyendo en la cama, te puedes sacar un ojo. “El tesoro” es una peripecia que comienza con la supuesta aparición de la gran colección de valiosísimos dibujos y grabados –perdida hace 200 años- de un tal Nicolás de Castellanos, un ilustre pensador de la época de la Ilustración al que tienen por una especie de santo laico en su ciudad natal, una pequeña población del norte donde se desarrolla la acción. Digo “supuesta” aparición de esa colección porque en esta historia hay que hacer como cuando se habla de procesos judiciales: todos los personajes implicados son “presuntos” hasta que llega la sentencia final.
La frase promocional de “El tesoro” (“¿puede una gran mentira construirse con miles de pequeñas verdades?”), ¿está basada en hechos reales?
Bueno, creo que en la vida muchas grandes mentiras, la mayoría, están construidas así. Los grandes mentirosos no son los que tratan de endosarnos las fantasías más delirantes, son los que van colándonos unos cuantos hechos reales, o al menos verosímiles, hasta que acabamos creyéndonos la trola que ellos pretenden endosarnos. Viene a ser como sumar dos más dos y que al final te salgan cinco y, además, te creas que la operación está bien hecha. Esta novela es así. O, al menos, es lo que pretendo. Es un homenaje a la mentira más verdadera. Bueno, yo creo que la mayoría de las novelas funcionan de esa manera. Son un puro engaño que se trata de hacer pasar por una realidad. Los personajes siempre son de papel, o ahora de tinta digital. Escribir novelas es mentir, ficción, fingir. Pero, paradójicamente, también es la mejor forma de decir verdades como puños.
Sí, pero en la novela aparecen personajes -algunos políticos, arquitectos, artistas- que se diría que son retratos de conocidas personas reales. ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en “El tesoro”?
De ficción todo, de realidad casi nada. No es una novela en clave. Si acaso, un 1 por ciento de realidad. Como dicen en algunas etiquetas de las cajas de cereales: puede contener “trazas” de realidad. Pero nada más. No se puede inventar todo. La gente que aparece en las novelas suele tener dos piernas, dos brazos.... Por lo menos, la mayoría… Escribir se parece mucho a montar el monstruo de Frankenstein, vas tomando una pieza de aquí y otra de allá, una oreja de uno, una nariz de otro. Pero el resultado final, cuando sumas dos y dos, intentas que se salga cinco; todo es ficción de punta a cabo. Quizá tendría que haber incluido una advertencia, como la que salen en las películas: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia…
Sin embargo, parece claro el paralelismo entre Nicolás de Castellanos, el propietario original del tesoro, y Gaspar Melchor de Jovellanos, que también era coleccionista de arte…
Bueno, si acaso, admito que entre Nicolás de Castellanos y Gaspar Melchor de Jovellanos hay un cierto parecido. Son gemelos univitelinos. Pero digamos que el primero, Castellanos, es el reverso tenebroso del polígrafo gijonés. De hecho, ese fue uno de los puntos de partida de la novela. En concreto fue esta pregunta: ¿Y si Jovellanos no hubiera sido la persona ejemplar que todos creemos que fue? ¿Y si de santo tuviera lo que yo de cura? Esa pregunta nació cuando vi por primera vez un cuadro de Ricardo Mojardín, un artista extraordinario. Ese cuadro al que me refiero se titula “Jovellanos” y ahora está colgado en la casa natal del ilustrado gijonés, en Cimadevilla, en Gijón. Es el mismo que pintó Goya a Jovellanos cuando éste era ministro de Gracia y Justicia y que puede contemplarse en el Museo del Prado de Madrid. Es el mismo cuadro pero sin la figura principal. Sin Jovellanos. Es la ausencia de Jovellanos. Y pese a eso, se identifica absolutamente la obra original, conduce directamente al cuadro de Goya como si fuera un enlace de Internet. Invita a pensar que las cosas pueden ser de otra manera, que no son lo que parecen.
¿Y hubo algún otro punto de arranque de la novela?
Más o menos cuando descubrí el cuadro, leí una noticia en la prensa que hablaba del supuesto hallazgo de la colección de arte Jovellanos. Un estudioso jovellanista de Gijón aseguraba haber encontrado la pista del paradero de las obras de arte que Jovellanos había coleccionado a lo largo de su vida y que habían desaparecido durante la Guerra Civil, en el asedio al cuartel de Simancas. Todo resultó un fiasco monumental, fruto al parecer de un engaño de una pandilla de conocidos bromistas locales. A partir de ahí empecé.
¿Por qué Jovellanos como trasfondo? ¿No está un poco manido el tema?
Precisamente por eso. Como está muy manido, traté de darle una vuelta. A mí me parece una personalidad deslumbrante, con una capacidad de observación envidiable y, sobre todo, con una independencia y capacidad para creer en sus propias ideas y proyectos absolutamente envidiable. Era un tipo muy libre y que, además, escribía muy bien y expresaba muy bien lo que pensaba. Escribía lo que veía, lo que estaba ante sus ojos. Que no siempre es fácil. A veces sólo vemos lo que nos han enseñado a ver. Sin embargo, a veces me parece que la sombra que proyecta Jovellanos es demasiado alargada, demasiado espesa y pesada. Hay mucha gente eclipsada por ahí. A veces da la impresión de que, en Asturias, no ha habido nadie más que haya tenido una buena idea desde la muerte de Jovellanos. Sólo hay que escuchar algunos discursos políticos. A la primera de cambio nos endosan una cita de Jovellanos y parece que en vez de un mitin estamos en una sesión de espiritismo, todo el rato invocando el espíritu del ilustrado. A Jovellanos se le ha canonizado y ha aparecido una cierta parroquia que parece todo el día orbitando en torno suyo, como un cinturón de asteroides. Pero eso no es culpa de Jovellanos, es culpa nuestra. Las devociones no son buenas para la inteligencia. No sé si hay novelas “antijovellanistas”, pero ésta, en el sentido que he dicho antes, puede ser parte de ese género.
La novela está ambientada en un periódico que se llama El Adelantado. ¿Qué relación tienen los periodistas y el tipo de periodismo que aparece en “El tesoro” con el que usted vive en su trabajo diario?
Pues lo mismo que en el caso de Castellanos y Jovellanos. El reverso tenebroso. Cuando uno trabaja en un periódico siempre tiene la verdad subida encima de la chepa, está mirándote por encima del hombro, vigilándote para que no te desvíes. Si escribes sobre un suceso, por ejemplo, un atropello, no puedes poner que la víctima vestía un pantalón blanco si llevaba unos vaqueros. Tienes que ser fiel a los detalles, fiel a lo que ves, incluso fiel a lo que crees que hay detrás, aunque aún no lo veas. Es una esclavitud, la verdad. Siempre te está haciendo desconfiar. Ya lo dice esa frase conocida sobre la profesión: “Si tu madre te dice que te quiere, verifícalo”. No te puedes salir ni un ápice de ese carril que marca la verdad porque tú estás vendiéndole a la gente es una porción de verdad, un euro de verdad o, al menos, la verdad más pura que hayas conseguido destilar con el tiempo que tienes, que siempre suele ser muy poco. En cambio, lo que te permite escribir una novela es mandar a paseo esa esclavitud y hacer lo que te da la gana y que la gente que pasea por tu novela no tenga ninguna atadura. Los personajes de “El tesoro” son todos unos mentirosos, aunque ellos mismos no lo sepan. O si lo saben, se lo callan.
El tesoro, publicado por vtp, de venta en las librerías asturianas a partir del 10 de diciembre y en www.vtpeditorial.com.
Encontraréis más información sobre el autor y su novela El tesoro en su sitio web: www.lagardelibros.com.
Crítica de María José Barroso sobre El tesoro en Las dos Castillas.
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