lunes, 11 de agosto de 2008

Érase una vez

Érase una vez que se era...

Teníamos que mandar a imprenta un trabajo de poca tirada pero, debido a la calidad final que el proyecto exigía, tanto la clienta como dislok2, teníamos claro que había que imprimirlo en offset.

Acudimos con la clienta a la imprenta y, en el mostrador de la misma y con su creativo, estuvimos mirando distintos soportes antes de elegir una cartulina -poco común- que en sus muestrarios de papel ellos tenían y, por tanto, ofertaban. El creativo intentó que cambiásemos nuestra elección por otra cartulina bastante mas común, que a nuestro juicio no luciría igual. Finalmente declinamos su "consejo" y mantuvimos nuestra elección. En los siguientes días recogimos presupuesto, entregamos ficheros y, como en cualquier proyecto, nos sentamos a esperar.

Veinte días después, tras haber pasado dos veces por allí para ver cómo iba el trabajo y nadie decirnos nada que pudiera sugerir que había algún tipo de problema, recibimos una llamada de teléfono en la que se nos dice que no nos hacen el trabajo en la cartulina elegida y, que si queremos, que pasemos a elegir otro tipo de papel de ¿sus muestrarios?.

Una vez más nos topamos con que el destino de nuestro trabajo viene supeditado por los cuatro materiales que ofrecen las imprentas (¿será un problema de vivir en provincias?) y, que a nadie se le ocurra sacarlos de ahí.

Da igual que tengas un buen concepto, que la voluntad de nuestros clientes sea de hierro. Llegar a tener entre las manos un trabajo bien acabado una vez que la creación del concepto es adecuada y original debe superar la vieja cantinela "es que te va a subir mucho" (pero no te doy presupuesto y no te dejo que decidas tú si quieres pagarlo o no, simplemente no te lo hago y punto), y algunas ejecuciones mediocres (por el motivo que sea) de las imprentas.

¿Por qué nuestra creatividad tiene que quedar recortada y mermada cuando, una vez que desarrollas un concepto, resulta que tienes que gastar más energía y esfuerzo en conseguir una ejecución digna de tu idea?
¿Y la profesionalidad, palabra tan manida y que hincha tantas bocas?
¿Y el compromiso con los clientes? ¿Se resume en saludarlos por su nombre de pila y si te he visto, no me acuerdo?

Por no hablar de la cara de la clienta que, tras ese lapso de tiempo ya contaba -igual que nos- con el trabajo ACABADO, o nuestra sensación de impotencia al sentir que, casi un mes después, estábamos peor que cuando salimos de la casilla número uno.

Y esta es la historia, al menos como muchos y muchas les toca vivirlo cada vez que quieren salirse de la línea de trabajos cotidianos.

Pero no sería un cuento si no tuviera moraleja, así que esto no acabó aquí...

Tras meditarlo un poco y, siempre conscientes de que nadie nos iba a hacer el trabajo -os recuerdo, de poca tirada- en el papel deseado, tuvimos una idea un tanto descabellada: empezar la casa por el tejado.

Nos pusimos en contacto con Sarriópapel y pedimos hablar con la persona que llevase la representación para esta parte del país.

Tras relatarle nuestra historia le solicitamos si podía informarnos de imprentas que les hubiesen adquirido recientemente cerca de nuestra ciudad resmas de la cartulina que nos interesaba, siempre con la esperanza puesta en que al ser una tirada pequeña, pudiésemos aprovechar el remanente que les quedase. Para nuestra sorpresa no sólo no se desentendió del asunto sino que nos dió la información y tomó nuestros datos para futuros contactos. Cosa que desde aquí, Concha, queremos agradecerte sinceramente.

Lo cierto es que contactamos con una imprenta en la que, tras una buena consultoría y, dejando en manos de la cliente las decisiones que debía tomar ella y sólo ella, hoy el trabajo está impreso y entregado.

Para nuestra sorpresa, hemos recibido de Sarriópapel los catálogos completos con todas las muestras de soporte que comercializan, cosa que les agracedemos de corazón. El poso amargo es pensar en que si el trabajo es pequeño, seguiremos teniendo muchos problemas para poder materializarlo en el soporte que mejor se adecúe (a no ser que nuestros balidos sean exactamente igual que el del resto del rebaño). Y ese es el cuento.

¿La moraleja?
Creo que cada un@ puede sacar la que más le conviene.

¿O no?

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